Vas a morir

Raúl caminaba por la plaza con pasos cortos y lentos, cabizbajo. Se sentía triste, no sabía por qué. El médico le había dicho que tenía que hacer ejercicio, así que todas las mañanas daba una caminata antes de ir a trabajar. En la séptima vuelta un chistido insistente lo sacó de su meditación. Una señora sentada con una mesa lo llamaba debajo de un árbol. Tenía una túnica negra, un zafiro pegado en la frente, y un mazo de tarot en sus manos.
—En la octava te roban – le dijo.
Raúl siguió caminando sin mirarla, no creía en brujerías, al dar otra vuelta un pibe pasó por al lado y le sacó la billetera perdiéndose entre los árboles. Raúl corrió hacia la bruja y la increpó.
— ¿Cómo sabías? El chorro esta con vos ¿no?
—No te preocupes Raúl, en un rato la vas a encontrar tirada en la plaza, obvio sin plata, pero con todos los documentos, ya sé que no crees en esto, pero lo que tengo que decirte es importante antes de que venga la policía.
—¿Qué policía?
—Vas a morir.
—¿Cómo que voy a morir?
— ¿Cómo que voy a morir? – preguntó con cierto temor.
— ¿Ahora crees no?, siempre pasa lo mismo, no creen hasta que el recuerdo de la finitud entra en sus cerebros y se empiezan a preguntar que están haciendo, que hicieron y que harán.
—Decime cuando voy a morir.
—Todos los días estas muriendo, pregúntate sino ¿Qué hiciste ayer?: Fuiste a trabajar, volviste a tu casa, comiste, miraste un noticiero, te amargaste, te dormiste y hoy de nuevo a trabajar, todos los días lo mismo ¿Acaso eso no es morir también?
—Bruja loca – le dijo y se dio media vuelta, en esos momentos unos policías se acercaron y comenzaron a esposarla mientras le leían los cargos de fraude. Una ola de frio comenzó a apoderarse de la espalda de Raúl. ¿Cómo sabia que iba a venir la policía? La miró en búsqueda de más respuestas.
— ¡Decime una fecha por favor! — le gritó mientras la metían en el patrullero, pero no le contestó. Raúl se fue caminando como si flotara, los pensamientos se le arremolinaban en su cerebro, trató de calmarse, se empezó a decir que era una vieja loca y mentirosa, ¿por qué se la llevarían presa sino?, no podía caer en esos engaños, sabía que eran mentiras, tenia que serlo, siguió caminando y su pie pateó un objeto en el suelo, era su billetera. Miró hacia el patrullero, y la bruja con los ojos totalmente en blanco le gritó con vehemencia:
— ¡Vive la vida maldita sea!
Ese día, Raúl no fue a trabajar, se quedó en la plaza mirando las palomas y los árboles mientras sentía el sol en su rostro, y una sensación de bienestar lo envolvió. Había decidido vivir.

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