Sombras

Víctor tomó el mismo camino de siempre. El callejón oscuro que bordeaba las vías del tren. El reflejo de la luna en el frío riel lo perseguía. El incesante zumbido de la electricidad que lo recorría vibraba en su cuerpo. Las luces de los faroles dibujaban en el piso sombras lúgubres. Nunca se había fijado en la suya, pero ese día vio que no concordaba con sus acciones. Movió los brazos para comprobar que era solo producto de su imaginación y continuó su camino.
El silbido del viento en la grava lo estremeció. Apuró el paso que repiqueteaba en un eco interminable a lo lejos. El sonido del tren acercándose le brindó cierto alivio a su incipiente paranoia. La luz de la locomotora creó un juego de sombras que lo dejó helado: un hombre con una escopeta se acercaba hacia él. Miró hacia adelante y no había nadie, volvió a mirar la pared y la sombra del hombre se encontró con la suya, la golpeó y la ahorcó cayendo al suelo. El ruido ensordecedor del tren pasando junto a él borró esa siniestra escena. El silencio volvió, y Víctor, temeroso, continuó su camino.
Divisó en la esquina a una persona caminando hacia él. El corazón le empezó a latir con fuerza. Miró la pared. Miró al hombre. Se escondió atrás de un árbol. Esperó sin respirar a que pasara por su lado y se le tiró encima ahorcándolo. Comenzó a huir y escuchó unos gemidos. Levantó una rama y le dio varios golpes en la cabeza salpicando de sangre toda su cara. Salió corriendo.
Finalmente, llegó a la esquina, agitado. Se detuvo y miró su cuerpo ensangrentado, percatándose de que aún sujetaba el trozo de tronco en su mano. Levantó lentamente la mirada hacia la pared, donde su sombra se reflejaba como un hombre sosteniendo una escopeta. Era su fatídica sombra. Aterrorizado, huyó a su casa en busca de refugio. Se bañó. Dio vueltas en su cama sin poder dormir. Las sombras en su habitación parecían cobrar vida, acechándolo en la oscuridad. Una de ellas se acercó y susurró en su oído:
«Gracias»

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