Que lindo seria volver a cagarnos a trompadas

Me acuerdo de buscarte por todas las esquinas. En los semáforos pidiendo limosna. En los cordones de las veredas tomando vino. En las comisarías. En los hospitales. Mientras trataba de encontrarte en cada alma que deambulaba esa noche, extrañaba todos tus defectos. Todas aquellas actitudes que odiaba de vos, de repente, me hacían falta. Me avisaron que hacía dos días que no aparecías por tu casa ni por el barrio y salí a buscarte pensando lo peor. Con vos era lo esperado, no te voy a mentir. Años de alcohol y drogas, años de internaciones fallidas, años de ir en contra de cualquier sistema establecido, redujo las probabilidades de tu final. Pero uno nunca lo espera. Me corrijo, lo espera, pero sorprende igual. Te busqué por todas partes y ese día no te encontré. Las especulaciones que llenaron mi almohada esa noche eran todas funestas, y la idea de no volver a verte más, crecía en mi corazón con una angustia que dolía, y fue ahí que empecé a añorar nuestras peleas. Que lindo seria volver a cagarnos a trompadas como lo hacíamos de adolescentes. Un sábado cualquiera, a las cuatro de la mañana, nos encontrábamos en el pool de Lope de Vega y Beiro, ya pasados de rosca, tomábamos unos tragos, y terminábamos con un ojo morado o un labio roto. Al otro día me despertaba sin recordar nada, te preguntaba que me había pasado y me decías como algo rutinario “Ah, nos cagamos a trompadas”. En realidad, voy a ser sincero, la frase “nos cagamos a trompadas” es un engaño, “ME” cagabas a trompadas sería más correcto. Y tampoco seamos tan drásticos con los términos, me pegabas un puñetazo correctivo y caía rendido, por la piña y por el alcohol en sangre. Pero esa noche no te encontré y no pude dormir. Te recordaba como si ya no estuvieras en este plano y eso me asustaba. Al otro día llamé a un hospital y me dijeron que estabas ahí. Agarre el auto y no pise el freno hasta la entrada. Los médicos me dijeron que unos vecinos te encontraron tirado en una esquina sin memoria. Te dieron de comer por dos días hasta que te desmayaste. Cuanto me viste me reconociste, pero tu cara ya no era la misma. El daño neurológico ya te había desfigurado. No eras vos. Sin embargo, tu mirada seguía intacta. O por lo menos yo podía ver a través de ella. Si me quedaba mirándote fijo, podía traspasar tu cuerpo y verte el alma. Vos ya no estabas acá. Tu mente había viajado a un tiempo en donde mamá estaba viva y éramos una familia feliz. Después de una semana nos dejaste. Pero vos ya te habías ido mucho antes, el día que te encontraron tirado en una esquina sin saber quién eras. Me gusta creer que me diste la oportunidad de verte por última vez y por eso dejaste tu cuerpo acá por unos días más. Me alegra saber que hackeaste tu mente y pudiste elegir en que año querías morir, allá, en los años felices, cuando estabas bien, cuando estábamos bien. Viviste y moriste a tu manera. Yo no te supe amar como vos me amabas a mí. Sin prejuicios. Sin mascaras. Como un hermano mayor sabe amar al pequeño. Solo cuando te fuiste pude ver el amor que tenía por vos y no lo sabía. Te extraño. Extraño odiarte. Extraño tu mirada. Extraño pelearnos. Que lindo seria volver a cagarnos a trompadas una vez más.

Deja una respuesta 0

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *