Pequeño bandido (Nº4) – Un saco de huesos

Luis terminó en un reformatorio a los doce años. En ese recinto su alma acabó de oscurecerse. Doce meses le bastaron para aprender a matar. Su primera víctima fue producto de una pelea entre internos. Su rival cayó con la cabeza en la fría porcelana de un inodoro. Su cráneo explotó derramando masa encefálica por el piso de mármol. Esa escena quedo impregnada en su consciente reviviéndola adrede una y otra vez. Cuadro a cuadro. La curiosidad por el cuerpo humano había hecho mella en su interior. ¿Qué más había dentro de la carne? Raspó una cuchara sopera contra la pared por más de un mes transmutando su uso. Una noche cortó la yugular de su compañero de cuarto y abrió su pecho desde la garganta hasta la pelvis. Sus manos danzaban dentro del cadáver como un cirujano inexperto. Sacó sus órganos y los dispuso en el suelo rearmando la estructura humana como un rompecabezas. El ser humano era solo un saco de huesos frágil y débil, pensó. Esa fragilidad lo infló de poder. Ya nadie podría pararlo.

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