Pequeño bandido (Nº3) – Odio mi sangre

A los ocho años Luis tenía un hermano de cuatro. La poca atención de sus padres ahora se lo llevaba aquel proyecto de ser humano. La madre lo obligaba a amar, pero a él solo le salía repulsión por sus poros. El odiaba. Odiaba a su padre, odiaba a su madre, odiaba a sus amigos, odiaba a su hermano. La abstinencia de aquel sentimiento de placer después de la maldad estaba a flor de piel cuando decidió llenar la bañera de agua hirviendo y tirar al pequeño pedazo de mierda que había nacido para estorbar. El padre logró sacarlo a tiempo antes de su fallecimiento. Las quemaduras de tercer grado le quedarían marcadas para siempre, igual que a Luis la cicatriz debajo de su ojo derecho que había abierto la gruesa mano de su colérico padre. El éxtasis de la malicia se mezcló con el odio profundo hacia su propia sangre, y le gustó. La alquimia de sentimientos oscuros estaba creando una personalidad que lo llevaría a vivir en un mundo de ferocidad impensada.

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