Mateo 24:44

Con paciencia y precisión militar, se desnudó y colocó cuidadosamente la sotana marrón sobre el catre. Arrodillándose en el suelo, apoyó la rodilla derecha y ajustó con meticulosidad el cilicio de metal en su muslo izquierdo. Las púas penetraron, rasgando viejas heridas y haciendo que la sangre supurara a medida que lo ajustaba. El dolor se infiltró en su cuerpo como un soplo purificador. Este artefacto de autoflagelación era utilizado como un recordatorio del sufrimiento de Cristo, reservado solo para los verdaderos devotos de Dios, y David lo era. A los veintidós años, después de servir a la patria en la infantería mecanizada del séptimo “Coronel Conde”, , su sargento le había recomendado seguir el camino de la rectitud y lo envió a la iglesia de Costa Nuriel con una carta de recomendación. Sin padres ni familiares vivos, encontró en las escrituras un propósito, y en la penitencia, una forma de purgar sus pecados. Bajo la tutela del hermano Augusto, fue instruido en los votos monásticos de obediencia, castidad y pobreza. Le asignaron una habitación en el fondo del convento, justo al lado de una extensa biblioteca que albergaba libros religiosos y esotéricos. Allí pasaba largas noches en vela leyendo, y fue allí donde descubrió en el castigo corporal un ritual de sanación que repetía diariamente desde hace cinco años.
Alzó la mirada hacia el techo, tomando firmemente la cuerda gruesa con múltiples terminaciones anudadas, y comenzó a flagelarse la espalda, pronunciando una frase en latín con cada golpe.
—Castigo corpus meum —murmuró entre dientes, sintiendo el dolor recorrer su ser.
Tras el quinto latigazo, su espalda comenzó a desgarrarse y la sangre brotó. El proceso de purificación había dado comienzo.

Las sirenas de la policía rompieron la concentración de David en su acto de purificación. Escuchó pasos rápidos aproximándose a su puerta, y tres golpes resonaron enérgicamente.
—Hermano David —dijo Augusto con una voz cargada de preocupación—, la policía está viniendo. El comisario ha llamado, dicen que nos necesitan en la playa Olam.
David se lanzó hacia la puerta, bloqueándola con todo su cuerpo. Sabía que el ritual de purificación era una práctica prohibida según los cánones oficiales, solo seguido por un grupo muy reservado. Eran considerados “los mejores guerreros de Dios”.
—Ahí salgo hermano —respondió, sintiendo el dolor al desprenderse del cilicio. Rápidamente, se puso la túnica y la ajustó con una soga a la cintura antes de salir.
La playa Olam, conocida popularmente como “de los riscos”, era la más alejada del pueblo, rodeada de acantilados con dos escolleras en forma de herradura que se adentraban hasta cincuenta metros en el mar. Dos amplias explanadas en los costados permitían el acceso, creando una geografía peculiar. Cuando David y el hermano Augusto llegaron, encontraron la playa llena de patrullas policiales y una camioneta forense. El oficial Ramírez los recibió y comenzó a relatar lo ocurrido mientras descendían hacia la playa..
—Esta mañana recibimos una llamada anónima que nos instaba a acudir a la playa de los riscos para recibir un mensaje. Al principio, no le dimos mucha importancia, pensamos que era alguna broma de mal gusto, pero enseguida nos inundaron las llamadas de los vecinos —explicó el oficial.
Mientras escuchaban al policía y se dirigían hacia la playa, David sintió una corriente eléctrica recorrer todo su cuerpo, una energía que erizaba su piel. No era algo nuevo para él; solía experimentar estos episodios de conexión con lo sobrenatural, como él mismo lo interpretaba. Creía que era un mensajero, una entidad, un ángel que se comunicaba con él. Al llegar a la playa, vieron que habían delimitado un círculo con una cinta de precaución amarilla en el acantilado que se encontraba justo frente al mar. Los forenses, vestidos con trajes blancos, tomaban fotografías de algo que yacía en el suelo.
—Cuando llegamos nos encontramos con esta escena —prosiguió Ramírez —y debido a la particularidad de la misma, creímos pertinente consultarles a ustedes si nos podían decir algo.
Al llegar al lugar, David y Augusto se persignaron al unísono. En la arena, encontraron una oveja atada por sus cuatro extremidades, con el cuello cortado y cubierta de sangre, rodeada de velas blancas que aún ardían. Sobre la roca erosionada, habían pintado con aerosol rojo una estrella de cinco puntas y dentro de ella el nombre de un versículo bíblico: “Mateo 24:44”.
—Ustedes dirán —dijo Ramírez, dejando la interpretación a los religiosos presentes.
—“Por eso también ustedes deberán estar preparados, porque el Hijo del hombre, vendrá cuando menos lo esperen” Mateo 24:44 —recitó el hermano Augusto, citando el versículo
—¿El hijo del hombre? —preguntó Ramírez, buscando aclarar su comprensión.
—Jesucristo —le respondió David —, es una profecía que está escrita en el Evangelio de Mateo sobre la segunda venida de cristo.
—¿Y la oveja?
—Es un cordero —respondió David con enojó por la ignorancia de aquel agente —lo sacrificaron como ofrenda como se hacía en los primeros días.
—¿Los católicos llevaban a cabo sacrificios?
—Los primeros judíos si, después quedó como un ritual en las pascuas, y Jesús tomó su lugar y se sacrificó él mismo por todos nosotros.
—Por eso le dicen el cordero de dios —completó Augusto.
—Muy bien, entonces es un acto de un fanático religioso, un demente —soltó Ramírez.
David lo fulminó con la mirada, indignado ante aquella impía conclusión. Solo alguien de alma oscura y pecadora podría llegar a semejante conclusión. Ramírez le devolvió la mirada con una sonrisa desafiante, escupiendo al suelo sin apartar sus ojos de David, para luego dirigirse a hablar con los forenses, dejando a los hermanos solos. Augusto se acercó a David, visiblemente preocupado.
—No entiendo por qué nos trajeron aquí, hermano. La información que les dimos la podrían haber obtenido de Internet —susurró Augusto.
David lo miró, y se dio cuenta de que tenía razón. Era tan sencillo como buscar “Mateo 24:44” en Google. Observó a Ramírez, quien conversaba con los forenses, sin dejar de fijar su mirada en él. En ese momento, David comprendió.
—Nos están evaluando.
—¿Qué ? —preguntó Augusto confundido.
—Creen que fuimos nosotros.
El oficial Ramírez se acercó y los instó a irse, asegurándoles que los llamaría si surgían más preguntas. Los hermanos comenzaron a caminar hacia la explanada, mirando constantemente por encima de sus hombros con desconfianza. Ramírez observó a David, notando que cojeaba ligeramente y tenía dificultad para caminar. Sus ojos se fijaron en los talones de David y percibió un hilo de sangre. «Lo encontré», pensó Ramírez, esbozando una sonrisa.
La festividad de la Pascua se acercaba y el hermano Augusto era el encargado de los preparativos. Además de la misa para los feligreses, el Jueves Santo recreaban en privado la Eucaristía en su totalidad, reviviendo La Última Cena de Jesús según los evangelios. El padre Miguel se encontraba de viaje, por lo que se realizó un sorteo para determinar quién oficiaría la ceremonia, y el hermano Gabriel resultó seleccionado. Sin embargo, cuando Augusto fue a buscarlo a su habitación, encontró una nota en la que Gabriel lamentaba no poder estar presente en la ceremonia y le cedía su lugar al hermano David. Una extraña sensación lo invadió, el aire parecía más denso de lo habitual, y le pareció sumamente extraño que un hermano renunciara a tal honor. Salió en busca de David, tocó la puerta tres veces, pero no obtuvo respuesta. Decidió entrar y, al hacerlo, sus piernas flaquearon ante la impactante escena que se presentó ante sus ojos. Las cuatro paredes estaban cubiertas de escritos en carbón, en letras de distintos tamaños, que decían: “Mateo 24:44”. Un escalofrío recorrió su espalda, recordándole lo que habían presenciado en la playa.
A las veinte horas, David entró a la iglesia con las sandalias embarradas y las manos llenas de tierra. Tras bañarse y vestirse para la ceremonia, sus ojos se posaron en las paredes y una sensación de paz lo envolvió. Cerró los ojos y oró al Padre Celestial, expresando su gratitud por la oportunidad y encomendando el alma del hermano Gabriel a su cuidado.
A las veintiuna en punto David lavaba los pies de los hermanos como lo hizo Jesús en la última cena. Augusto lo observaba con desconfianza, consciente de que algo inusual estaba ocurriendo.
—Hoy, alguien de ustedes me va a traicionar —declaró David clavando su mirada en la de Augusto. Ambos sostuvieron sus miradas durante varios segundos. Incómodo, Augusto se levantó y abandonó el comedor. Un sutil y enigmático sonrisa se dibujó en el rostro de David. «Está sucediendo», pensó para sí mismo. Ramírez miraba fijamente la pared de un terreno abandonado. En distintos lugares de la costa, las paredes seguían hablando.

Mateo 26:21
Y mientras comían, les dijo:
“En verdad les digo:
uno de ustedes me va a traicionar”

David continuó con la eucaristía, partiendo el pan y pronunciando las palabras alusivas. Una vez finalizada la cena, los hermanos se retiraron a descansar, mientras David emprendía su camino hacia la playa de los riscos. Allí, se arrodilló en medio de la arena, dirigiendo su mirada hacia el mar, y comenzó a orar con el rostro apoyado sobre el suelo.

Mateo 26:39
Fue un poco más adelante y,
postrándose hasta tocar la tierra con su cara,
oró así:
«Padre, si es posible, que esta copa se aleje de mí.
Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.»

Al concluir su oración, David percibió el sonido de una sirena a sus espalda. Giró su cuerpo y contempló cómo bajaban por la explanada varios policías con linternas guiado por el hermano Augusto, quien había advertido a Ramírez lo que había encontrado en su cuarto.

Mateo 26:47
Estaba todavía hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce.
Iba acompañado de una chusma armada con espadas y garrotes,
enviada por los jefes de los sacerdotes y por las autoridades judías.

Lo esposaron y lo llevaron a la comisaría por vandalismo. Lo encerraron en una celda y se quedó dormido con una expresión de paz.

Al día siguiente, Ramírez entró en la celda y despertó a David bruscamente al lanzarle un cubo de agua en la cara. Agarrándolo de la nuca, entrelazando sus dedos en su cabello con rabia, le habló con furia desenfrenada:
—El comisario Navarro me dijo que te libere pedazo de mierda. ¡Yo sé quién sos! Sos la peor escoria de la religión, sos la mugre católica, sos la inquisición, sos la más retrógrada casta que peca y se purga con castigo físico.
Un ebrio que se encontraba en la celda contigua comenzó a gritar advirtiendo el maltrato que estaba recibiendo David, Ramírez llamó a unos agentes y les indicó que lo liberaran. Una vez que quedaron solos, lo miró a los ojos y le apretó el muslo izquierdo con todas sus fuerzas.
—¿Te gusta el sacrificio pedazo de mierda? ¡Yo te voy a dar sacrificio hijo de puta!
Se sacó el cinturón, le puso un trapo de piso en la boca y comenzó a pegarle en la ya lastimada espalda de David.
Luego de veinte minutos de tortura, lo liberó.

Mateo 27:26
Entonces Pilato les soltó a Barrabás.
Mandó azotar a Jesús y lo entregó
a los que debían crucificarlo.

David salió de la comisaría con el cuerpo mutilado. Llegó a la iglesia y se dirigió hacia el viejo galpón abandonado en el fondo. Allí, se despojó de su sotana marrón y se enfundó en una túnica blanca. Tomó las herramientas y empezó a lijar una cruz de cuatro metros de largo por dos de travesaño. Una vez finalizada su obra, David colocó una corona de espinas sobre su cabeza. Las afiladas púas rasgaron su frente, haciendo que la sangre brotara y se mezclara con sus ojos. Con paciencia, esperó sentado hasta que la noche envolvió el horizonte. Luego, tomó la cruz y la cargó sobre sus hombros, dispuesto a llevarla consigo hasta la playa.
Bajó por la explanada y siguió el sendero de piedras hasta llegar a la punta de la escollera oeste, a unos cincuenta metros dentro del océano. Sabía que no podía crucificarse solo. Depositó la cruz en el suelo, abrió los brazos con la mirada dirigida al cielo y comenzó a orar fervorosamente, implorando que se cumpliera lo que estaba escrito.
En ese momento, una mano firme agarró su brazo derecho. A través de los velos de sangre seca que nublaban su visión, David distinguió a un hombre vestido con una sotana negra. Su rostro estaba cubierto por una capucha oscura. Con cuidado, el enigmático hombre lo acomodó en la cruz y comenzó a clavar sus manos en las muñecas. Los gritos de dolor de David se entrelazaron con el aire salado de la costa, resonando en el vasto paisaje.
Una vez que sus manos y pies quedaron clavados, el hombre arrancó la túnica blanca de David y levantó la cruz con todas sus fuerzas.Con destreza, introdujo el pie de la cruz en un hueco formado entre las grandes rocas. La gravedad hizo el resto: la cruz se alzó en una fracción de segundo, quedando erguida ante el mar embravecido. David quedó crucificado con su mirada fija en el horizonte marino.
Al día siguiente, la playa «Olam» volvió a llenarse de policías y forenses. Ramírez, junto con otros agentes, se encontraba al pie de la cruz contemplando el espantoso espectáculo. David, con la boca blanca por la saliva seca y los ojos cerrados por la sangre, yacía crucificado, su cuerpo flagelado y sufrido. La piel hundida en su vientre revelaba los contornos óseos de su anatomía, mientras su respiración se volvía lenta y difícil. Movió los labios y con una voz apenas audible pronunció unas palabras:
—Elí, Elí, lamá sabactani
—¡Está vivo! —gritó un policía. Uno de ellos rápidamente buscó una botella de agua, la ató a un tronco y se la acercó a los labios de David para que pudiera beber.
David humedeció sus labios, soltó un grito desgarrador y exhaló su último aliento allí en la cruz, tal como lo hizo Cristo.

Mateo 27:46-50
A eso de las tres, Jesús gritó con fuerza: Elí, Elí, lamá sabactani, que quiere decir:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
Uno de ellos corrió, tomó una esponja, la empapó en vinagre
y la puso en la punta de una caña para darle de beber.
Pero nuevamente Jesús dio un fuerte grito y entregó su espíritu.

Los forenses se prepararon para una noche larga. Ramírez dejó la escena a las cuatro de la mañana. Mientras subía por la explanada, un rayo cayó en el mar, iluminando toda la costa. Ramírez sintió cómo el suelo temblaba y se sobresaltó, tropezando en su camino. Al volver la mirada hacia David, una sensación de angustia se apoderó de él. Sintiendo un impulso abrumador, abandonó rápidamente la costa y corrió hasta llegar a su casa.
Al entrar en su hogar, se despojó del uniforme de policía, quedando desnudo. Abrió el armario para colgar su uniforme, y su mirada se posó en la sotana negra que yacía allí. La acarició suavemente. Luego, abrió el cajón de la cómoda y, junto a un aerosol rojo, encontró una cuerda con nudos en el extremo. La tomó con su mano derecha, sus ojos se llenaron de lágrimas y exclamó con voz entrecortada:
—Lo encontré. Era él. La profecía se cumplió.
Comenzó a azotarse en la espalda hasta abrir las viejas heridas purgando sus pecados.

Mateo 27:54
El capitán y los soldados que custodiaban a Jesús,
al ver el temblor y todo lo que estaba pasando, se llenaron de terror y decían:
«Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.»

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