Estoy muerto – Entrega Nº1

Mi nombre es Leopoldo Palacios y estoy muerto. No sabría decirles con precisión la cantidad de años que mi cuerpo dejó de funcionar, aquí el tiempo no existe, pero intuyo que fue hace más de veinte años en el plano en donde se encuentran ustedes. Digo que estoy muerto para que me entiendan, en realidad, la muerte no existe, es solo un cambio de estado, al igual que lo fue el nacimiento. Muerte y nacimiento son lo mismo. Cambios de estado. Portales hacia el plano 3D. Ese plano tan efímero, que, si se piensa en la eternidad de la muerte podría decirse que la vida, como ustedes la conocen, no existe. Entonces se podría concluir que la vida no existe y la muerte es lo real. Pero tampoco. En realidad, no existe ni la vida ni la muerte, solo existe una energía que se desdobla infinitamente en estados, planos y dimensiones infinitas. Pero vamos de a poco. No es mi intención explicar la teoría del todo ni mucho menos, sino contarles mi experiencia de cambio de estado, así tal vez, y solo tal vez, les quite un poco ese peso obsoleto que representa la vida, que repito, no existe.
Morí una mañana de primavera en la sala de estar de la que fue mi casa, un monoambiente de la calle Puán en Caseros, Buenos Aires, Argentina. No voy a entrar en detalles de lo que fue mi vida anterior a ese suceso, como ya les dije, viéndolo de esta perspectiva, la viví con un importancia errada e infundada, pero necesaria para el gran propósito. Solo voy a contar paso a paso lo que sentí desde el momento que mi cuerpo dejó de funcionar. Eran las nueve de la mañana y salí del baño. Ya en el medio del camino hacia la cocina, sentí como mi cuerpo se caía al suelo, como si mis huesos se hubieran desarticulado todos al mismo tiempo y la estructura de carne que mantenían, se desplomara como un costal de papas. Fue como si un peso, que no sabía que estaba ahí hasta ese momento, se cayera de repente de un tirón. Mi cuerpo se desvaneció en el piso, sin embargo, yo, seguía erguido inmutable. Mi presencia seguía en el punto exacto en que sentí aquel desprendimiento. Mientras el cuerpo terrenal se caía y la fuerza de gravedad hacía que los huesos sonaran contra el parqué, mi presencia se liberaba de una prisión tortuosa, salía de un caparazón duro y limitante y se expandía a un estado de paz absoluta, sin pesos, sin sentimientos, sin pensamientos. Supe en ese instante que la vida no existía. Que era solo un estadio de experimentación. Agradecí morir. Agradecí salir de esa prisión de carne y hueso. Y justo ahí, en una milésima de segundo antes de la expansión hacia la muerte, recordé toda mi vida. Segundo a segundo. Cuadro por cuadro. Incluso el momento que escribí esto. Incluso, el momento que ustedes lo están leyendo. Porque ustedes también están muertos, solo están recordando su vida…segundo a segundo, cuadro por cuadro.

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