El último café

Tomó el último sorbo del café con desgano. Pidió la cuenta y la aguardó con la mirada perdida en el gris de la calle, donde una paloma herida yacía en el cordón de la vereda. La agonía del ave resonaba en su interior como un eco de su propia desdicha. Después del estrepitoso fracaso de su matrimonio, su vida dio un giro sombrío. La ruptura lo sumió en una espiral de desesperación, afectando su desempeño laboral y llevándolo a perder su empleo. El vencimiento del alquiler acechaba, y el desconcierto sobre cómo obtener dinero lo sumergía aún más en la ruina, retorciéndose en el fango como aquella torcaza tras el vidrio.
El mozo interrumpió sus pensamientos al entregarle la cuenta. Mientras buscaba en el bolsillo interno de su saco, distraído y con la mirada fija en la calle, la tragedia se manifestó de la manera más cruel: un paso furtivo, un zapato oscuro, y el cráneo diminuto de la ave quedó destrozado. El sonido sordo de huesos quebrándose reverberó en su corazón.
«La supervivencia es un privilegio reservado solo para los fuertes», acotó el mozo antes de retirarse dejando tras de sí un rastro de resignación.
Una lágrima solitaria se deslizó por su rostro, cayendo en la taza como una premonición de su propio destino, donde la idea del suicidio parecía emerger como la única salida de un laberinto sin esperanza.

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