El tanque

Carlos salió a dar un paseo por el barrio tras disfrutar de un sabroso plato de pasta. Necesitaba hacer la digestión y aprovechar el tranquilo ambiente dominical que se respiraba en las calles. Siempre le fascinaba observar cómo su barrio natal evolucionaba con el tiempo, con nuevos locales y fachadas renovadas. Mientras caminaba, se sumergió en el mundo del jazz a través de sus auriculares. Este era uno de los mejores momentos de su semana: caminar y dejarse llevar por sus pensamientos. Le gustaba imaginar historias, ya que era un ávido lector de ciencia ficción. Su sueño pendiente era convertirse en escritor y plasmar todas sus imaginaciones en una novela. Soñaba con el día en que pudiera compartir sus historias con el mundo y, por qué no, obtener el reconocimiento y éxito que conlleva.
Ese domingo, Carlos se detuvo a contemplar los tanques de agua que adornaban los techos de las casas. Siempre le llamaron la atención, sabiendo que en otros países eran enterrados en el suelo, mientras que en Latinoamérica era común verlos elevados. Le intrigaba la variedad de materiales y formas que existían: tanques de polietileno, acero, y otros hechos con distintos materiales. Incluso en los edificios, los tanques adoptaban formas circulares, rectangulares y hasta originales como el que se encontraba a la vuelta de su casa, con forma de barco.
Mientras observaba estos tanques, una idea brillante se manifestó en su mente, una idea que alguna vez podría plasmar en su anhelada novela. Con la banda de jazz resonando en su cabeza, comenzó a macerar la trama. Se imaginó una invasión alienígena silenciosa, donde estos seres extraterrestres depositaban embriones en el sistema de agua, asegurándose de que cada tanque de cada hogar los recibiera. Allí, dentro de los tanques, los embriones crecerían hasta el día en que todos nacerían simultáneamente, emergiendo de los tanques de agua en cada vivienda.
La idea de alienígenas surgiendo al unísono de aquellos cilindros situados en los techos le parecía tanto fascinante como aterrador. Lamentó no tener nada para anotar en ese momento, pero rápidamente tomó la decisión de parar la música y grabar un audio en su celular. Aquella idea podría ser el impulso que necesitaba para comenzar a escribir su tan ansiada novela. Carlos albergaba una gran fe en su capacidad de plasmar en palabras la emocionante trama que había concebido. Era el momento de dar el primer paso y convertir su imaginación en realidad literaria.
Mientras Carlos caminaba, escuchó risas provenientes del techo. Al levantar la vista, pudo observar a dos chicos que se aventuraban a entrar dentro de uno de los tanques de agua. Dadas las altas temperaturas que azotaban el lugar, no era de sorprenderse. En un barrio humilde como aquel, tener una piscina, aunque fuera una de lona, no era algo al alcance de todos. Carlos estaba acostumbrado a presenciar escenas similares y no le pareció nada fuera de lo común. Sin embargo, esa situación le recordó las historias que había escuchado en las noticias, donde lamentablemente se encontraron cuerpos de víctimas en los tanques de agua. Un escalofrío recorrió su espalda, no tanto por el hecho del asesinato en sí, sino por la inquietante idea de consumir agua que había pasado por un cadáver sin ser consciente de ello.
Siguiendo su camino y disfrutando de la música de jazz, Carlos notó cómo la temperatura se incrementaba en los últimos cien metros. La sensación pegajosa de la transpiración empapaba su remera, generando incomodidad. Pensó en los niños. “¿Por qué no?”, pensó. Al fin y al cabo siempre dicen que no hay que matar al niño interior. Decidió regresar a casa y ponerse su traje de baño. Subió hasta la terraza del edificio, asegurándose de no ser observado por nadie. Con cuidado, abrió la pesada tapa de cemento del tanque de agua y se sumergió en él. El refrescante chapuzón en el agua fría revitalizó su cuerpo y le devolvió el ánimo perdido durante la última cuadra, con la temperatura alcanzando los cuarenta grados. El eco de su respiración en las estrechas paredes del tanque lo tranquilizaba, creando una sensación casi mantrica. Cerró los ojos y flotó, moviendo las piernas de forma rítmica dentro de los 44 mil litros de agua. No había experimentado tanta paz interior en mucho tiempo.
De repente, algo rozó su pierna. Trató de distinguir en la oscuridad del agua qué era aquello que lo tocaba, pero no lograba ver con claridad. Siguió moviendo las piernas y nuevamente sintió un objeto que rozaba su piel. Se preguntó si sería una rama, pero por mas que seguía intentando ver pero no podía. Decidió sumergir su rostro en el agua, conteniendo la respiración, y abrió los ojos. En la penumbra del tanque, situado a dos metros sobre la terraza de su casa, dos ojos se abrieron y lo observaron fijamente. Un grito de terror surgió de su garganta, pero se ahogó en el agua. Intentó escapar, pero una mano agarró su pie derecho y lo arrastró hacia el fondo.

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