Ansiedad

—¿Hace mucho que espera?
—Una eternidad —me respondió, y mi ojo derecho comenzó a temblar. No iba a llegar a tiempo. Tenía todo el día meticulosamente planeado, o más bien, toda mi vida organizada en rutinas precisas. Sin embargo, un simple retraso amenazaba con trastocar el rumbo de todo. Soy un hombre que vive en base a rutinas. Cada mañana, al despertar, me siento en la cama y estiro mi cuerpo hasta sentir que cada músculo se ha elongado lo suficiente. Luego, voy al baño, lavo mi rostro con agua y jabón, utilizo un raspador de lengua para eliminar las toxinas acumuladas durante la noche. Me visto con la ropa que dejé preparada el día anterior, bajo las escaleras y me preparo una taza de té de hierbas que bebo sentado a la mesa, mirando hacia el Este, donde nace el sol. Aunque no pueda verlo desde mi hogar, sé que está ahí. Salgo del departamento y camino por la vereda de los números pares hasta llegar a la parada del autobús. Siempre viajo de pie, incluso si el autobús está vacío. Luego llego a la oficina y paso ocho horas administrando una pequeña empresa de envíos de paquetería. Al regresar a casa, paso por el mercado y compro los alimentos de acuerdo con el menú proporcionado por la nutricionista. Antes de cenar, dedico un tiempo a la lectura de un libro. Después, procedo a comer y preparar meticulosamente la ropa que usaré al día siguiente antes de irme a dormir. Así es mi rutina durante los días de semana. Los sábados, en cambio, los dedico a actividades culturales que he planificado previamente, siguiendo un cronograma elaborado a principio de año y detallado en una hoja de cálculo dentro de mi computadora portátil. De esta manera, tengo todos los sábados cubiertos hasta fin de año. Los domingos, por otro lado, los reservo para la meditación y el descanso. Cualquier retraso en mi rutina habitual significaría el caos. Si llego tarde al trabajo, tendría que quedarme más tiempo para compensar, lo que repercutiría en llegar tarde a la hora de comer y alteraría mi patrón de sueño, lo que a su vez me llevaría a despertar más cansado. Esto iniciaría una cadena de eventos impredecibles que podrían desbaratar el orden establecido y llevarme a la desgracia. Sí, lo sé, algunos podrían considerarlo exagerado, pero yo siento que mi vida depende de mantener este orden. Para mí, la vida es sinónimo de orden, y las rutinas son el camino hacia la rectitud. El horario es el latido de una existencia pura. Cualquier retraso sería el comienzo del fin. ¿Cómo pueden las personas vivir sin estructuras? En mi opinión, deberían ser encarceladas por semejante desorden. Porque retraso no es culpa mía, es una piedra en el camino generada por otra persona. Parece ser alguien oscuro, sin empatía, a quien no le importa ni su propia vida ni la de los demás. Los segundos se alargan y sigo esperando. Esto no terminará bien. El efecto dominó ya ha comenzado y el caos es inminente. Debería cancelar este día y empezar uno nuevo, a tiempo, como debe ser. ¿Y si falto al trabajo? No, no, no. No pienses eso, Manuel. No tengo ninguna rutina preparada para un día de semana en casa, además, se retrasaría mi trabajo y el daño sería aún peor. Siento la boca seca y el corazón acelerado. El doctor me advirtió que esto podría suceder y me dio pastillas para estas situaciones, pero no quiero tomarlas. Tendría que organizar un cronograma, comprar un organizador de pastillas y abastecerme con suficientes dosis. Las nuevas rutinas las empezaría la primera semana de enero; hacerlo a mitad de año sería catastrófico. No puedo cambiar el curso de mi vida solo porque un médico pensó que necesitaba un ansiolítico. Además, no soy un loco que debe adormecerse. No, señor, no estoy loco. Aunque mis compañeros de trabajo lo digan, no lo estoy. Basta con mirar el universo, es preciso, es milimétricamente exacto. Cualquier variación en alguno de sus elementos en esta inmensa danza de orbes sería el fin del mismo, el fin de los tiempos. El orden es fundamental, el orden es Dios en acción. Y aquí sigo, esperando y viendo cómo mi mundo se desmorona.
—Ahí viene el colectivo.
—Gracias, buen hombre.
Respira, Manuel. Ya está. Todo sucede por alguna razón. Por ahí tengo que cambiar. Esta noche, me sentaré y reorganizaré mi cronograma de rutinas para compensar el tiempo perdido en esta absurda espera. Un minuto. Un simple minuto de retraso y siento que mi vida ha cambiado para siempre.

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