Reseteo cósmico

Ricardo siempre fue un hombre parco. Despotricaba contra la sociedad y la apatía de la gente. Creía firmemente que la maldad era inherente al hombre. Harto de tener que lidiar con la hipocresía de las relaciones humanas se fue a vivir al campo. Allí, rodeado de ganado y naturaleza, encontró descanso para su alma.
Un día, durmiendo en la pradera bajo la sombra de un ombú, sintió una vibración extraña en su cuerpo. La sangre comenzó a quemar sus venas, no supo como, pero sabia que la misma habia cambiado de color, se habia convertido en un verde brillante como la clorofila de las plantas. Sintió que sus pies terminaban a dos metros por debajo del suelo y la brisa en su cara tenía un olor especial, más puro, más oxigenado, de a poco cayó en la cuenta que estaba experimentando lo que sentía el ombú.
Se dejó llevar por la paz inconmensurable que acarició su alma, pero la pérdida de control sobre el viaje que estaba viviendo lo asustó. Se levantó abruptamente y corrió a encerrarse en su granja. Se sentó con un té tratando de encontrarle explicación a lo que acababa de acontecer. Su perro, un pastor inglés, se acercó pidiendo comida y Ricardo sintió el hambre del animal retumbando en su propio estómago. Con las manos temblorosas, acercó un trozo de pan hacia el hocico del perro, quien lo arrebató de un solo bocado. A medida que el perro se saciaba, Ricardo sentía cómo su propio estómago se llenaba en sincronía.
Salió de la granja tembloroso, y un vecino lo tomó por sorpresa. Desde la cerca, el vecino le saludó, pero una profunda tristeza invadió el cuerpo de Ricardo, una tristeza que no le pertenecía, sino que provenía del vecino, era el duelo por la esposa fallecida. Ricardo lo miró con pánico, incapaz de comprender lo que le estaba sucediendo. Comenzó a sollozar en un llanto sofocado y gemidos de angustia. El vecino se acercó para brindarle ayuda, preguntándole si se encontraba bien. Ricardo anhelaba gritarle que no, que no se sentía nada bien, que estaba perdiendo la cordura. Sin embargo, no pudo articular ni una sola palabra. Lo miró a los ojos y lo que vio hizo que sus pies se debilitaran enterrando sus rodillas en el barro. Ricardo se estaba viendo a sí mismo desde la perspectiva del vecino, como si estuviera dentro de él. De repente, se convirtió en el vecino por completo, con su cuerpo, sus pensamientos y su pasado. Con delicadeza, posó su mano en el hombro del arrodillado Ricardo, y las pupilas de este se dilataron al máximo. Comenzó a tener convulsiones, mientras espuma brotaba de su boca. En ese mismo instante, se inició una conexión infinita. El vecino con su esposa, su esposa con su madre, su madre con otro vecino, y así sucesivamente, todas las vidas y los sentimientos fluyeron hacia la mente de Ricardo. Después de diez segundos, las conexiones habían dado vuelta todo el mundo. Ricardo se desplomó en el suelo, cargando con la totalidad de la humanidad en un solo ser. Todos los recuerdos, todos los sentimientos, todas las almas comprimidas en los mil cuatrocientos gramos del órgano más complejo del ser humano: el cerebro de Ricardo. El vecino salió corriendo en busca de ayuda mientras el cráneo de Ricardo se resquebrajaba, dejando escapar una luz deslumbrante que ascendía en una columna hacia el cielo. A medida que se elevaba, todos los hombres, mujeres y niños de la Tierra iban muriendo. La especie humana volvía a caer en un cataclismo cósmico. Como un ente inteligente, la Tierra devoraba los cuerpos que yacían en el suelo. Luego, el cráneo de Ricardo se cerró y él despertó. Se encontraba solo en el mundo. Era el momento de comenzar de nuevo. Esta sería la última oportunidad para la especie humana.

Deja una respuesta 0

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *