Lo Astral

Esteban tuvo una adolescencia llena de excesos y malos hábitos, pero a los 44 años se entregó a la ciencia del espíritu, encontrando en ella un remanso que calmó su ansiedad y le dio un propósito. Se adentró en el estudio de diversas filosofías relacionadas con el «más allá»: reencarnación, gnosis, kabbalah, budismo y muchas otras. Su búsqueda incansable de algo superior a él lo llevó incluso a experimentar con la ayahuasca y embarcarse en viajes chamánicos, donde descubrió el fascinante concepto del viaje astral. La posibilidad de desplazarse con el alma a otro plano, donde la fisicalidad, el dolor y la depresión no existieran, junto con la emocionalidad incontrolable que tanto afligía a la humanidad, lo obsesionó.
Comenzó a asistir a un centro espiritual donde se practicaban meditaciones y por un precio módico sesiones de viajes astrales. Estos rituales nunca se hacían solos ya que se podría entrar en pánico y las consecuencias podrían ser devastadoras para la psique humana. Por esta razón, era necesario realizarlos siempre bajo la supervisión de un tutor experimentado que garantizara un viaje seguro y controlado.
Cada fin de semana se entregaba a los viajes astrales, experimentando sensaciones tan asombrosas que superaban todas sus expectativas. El proceso comenzaba con una profunda meditación, permitiéndole calmar su respiración y desconectarse de su cuerpo físico. Se sumergía en la experiencia de ser pura conciencia, desprendiendo su alma de las ataduras físicas mediante un cordón plateado que lo vinculaba a su ombligo, como se decía que sucedía durante el sueño cuando el alma vagaba por el éter.
Al trascender esta dimensión, sus sentidos desaparecían por completo. Se transformaba en una energía vibrante de amor, una esencia única y omnisciente, sintiéndose parte integral de todo y a su vez todo formaba parte de él. A medida que ascendía, observaba su cuerpo tendido en la colchoneta de la habitación, junto al instructor. Todo adquiría nuevos colores: rojos, verdes y amarillos saturados, como si estuviera viendo el mundo a través de una cámara térmica.
Después salía del edificio, se elevaba hacia el cielo y se encontraba con una imponente cúpula blanca que envolvía al planeta. Era un cinturón de luz que al ingresar revelaba una infinidad de pensamientos. En ese gran anillo que rodeaba la Tierra se encontraban los pensamientos de la humanidad, una estela inmensa de intenciones negativas y positivas que se movían a gran velocidad. Al mirar hacia abajo, presenciaba cómo millones de estos pensamientos ascendían y descendían hacia la Tierra.
Al principio, sus viajes astrales se limitaban a explorar la cúpula blanca que rodeaba el mundo. Sin embargo, con la experiencia adquirida, logró traspasar ese límite y descubrir la auténtica naturaleza del plano astral. Cada individuo tenía su propio viaje, su propia experiencia y sus propios deseos, por lo tanto, los viajes astrales no eran iguales para todos.
Algunos optaban por vagar alrededor de la Tierra, deleitándose con la sensación de volar y experimentando el poder ilimitado de estar desligados del cuerpo físico, como en un sueño lúcido. Otros preferían flotar en un océano de energía unificadora, sumergiéndose en la conexión universal. Y luego estaban aquellos, como Esteban, que buscaban un plano adicional, un plano creado de acuerdo a su propia visión del paraíso.
Al traspasar por primera vez esa cúpula de pensamientos, lo encontró. Ingresó a un plano de ensueño, donde se desplegaban montañas, lagos y praderas, bañados por suaves tonos pasteles. Volaba entre nubes rosadas junto a unicornios sonrientes, descendía para beber agua en compañía de majestuosas mariposas azules y se deleitaba descansando sobre un mullido césped mientras miles de palomas blancas revoloteaban en el aire. Experimentaba una plenitud máxima, donde todo se envolvía en amor puro, sintiéndose en comunión con el universo.
Después de un período de tiempo indeterminado, que era imposible cuantificar, Esteban sentía que alguien pronunciaba su nombre y lo halaba del cordón plateado. El instructor le llamaba, instándole a regresar a la realidad y concluir su viaje. Esta situación frustraba a Esteban, pues volver a la cotidianidad lo deprimía. Regresaba a casa y se sumergía en la rutina, anhelando con impaciencia la llegada del próximo fin de semana para embarcarse en su siguiente travesía.
Un día, durante uno de sus viajes, algo inesperado ocurrió: Esteban descansaba en el césped y avistó en el cielo otra alma. Esto resultaba impensable, ya que cada individuo creaba sus propios planos basados en sus deseos y la plenitud de su imaginación. A lo largo de años de estudio y experiencia, nunca había escuchado hablar de dos almas encontrándose en un plano compartido. Ascendió hacia el cielo rosado para encontrarla, y juntos se encontraron en las nubes, fusionándose en una amalgama de energía luminosa. Esteban jamás imaginó que podría experimentar un amor aún más intenso que el que ya sentía, pero así fue: el amor universal se duplicó. Eran dos almas haciendo el amor en el plano astral, flotando mientras entrelazaban sus cordones plateados, sumergiéndose en pastizales, aguas y montañas. Unificaron sus energías y crearon nuevos árboles que florecían en cuestión de segundos, generando cascadas de flores rojas y pantanos de luz violeta. Eran creadores de su propio plano, encarnaban el amor expandido y se sentían dioses.
Así transcurrió un año completo, dedicado a viajar y encontrarse con el alma todos los fines de semana. Esteban intentó descubrir si era posible conocer la identidad de ese ser etéreo en el mundo terrenal, pero la respuesta siempre fue la misma: resultaba imposible saberlo.
La obsesión por estos viajes se transformó en una adicción. Esteban perdió gradualmente el interés por las cosas mundanas. Su existencia giraba exclusivamente en torno a los viajes astrales. La abstinencia de ellos durante los días de la semana lo llevó a perder todo contacto con la realidad. Perdió su empleo y su hogar, y se vio obligado a vivir bajo un puente. Dependía de la comida recolectada de la basura y se dedicaba a recoger cartones. Cuando lograba obtener algo de dinero, lo gastaba en hacer un viaje al centro, prefiriendo eso a alimentarse. Sin embargo, estos viajes eran escasos y la realidad en la que se encontraba resultaba cada vez más insoportable.
Un día, recostó en el césped de una plaza y se inyectó heroína. Logró redirigir el viaje de la droga hacia el plano astral. Allí estaba esperándolo el alma, como siempre. Esa vez no había instructor que tirara del cordón. Esa vez era libre.
Esteban fue descubierto tendido en el pasto, empapado en sus propios orines, desnutrido y en un estado catatónico alarmante. Actualmente, descansa en la cama número 44 de un instituto mental en Buenos Aires, Argentina, sumido en un profundo sueño. Su único reflejo es el ligero movimiento de su mano derecha, donde sus dedos índice y mayor emulan el gesto de unas tijeras cortando algo imaginario a la altura de su ombligo.
En Shanghái, China, un hombre de sesenta años presenta la misma condición.

Deja una respuesta 0

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *