La decisión de Ramón

Nacido en el pueblo de Ramallo, Ramón no tuvo infancia. Doblegado por su padre a hacerse cargo del mantenimiento de la huerta, pasaba de sol a sol trabajando. Uno de los únicos recuerdos que guardaba con anhelo de esa época, era la cálida y entrañable comida que preparaba su madre al fin de cada día.
Nunca supo porqué, pero un día su padre se marchó de su casa montado a caballo para nunca más volver, y aquel pequeño destello de niño que le quedaba en su corazón, se apagó en un mar de lágrimas.
Durante su adolescencia, Ramón se convirtió en un estanciero ejemplar, llevando adelante su propia vida y la de su madre. Fue en esa etapa cuando comenzó una relación sentimental con Rosita, la almacenera, una mujer de corazón puro y humilde.
Pasaron años duros hasta que pudo formar con ella una familia. Con su hija de cinco años y un proyecto armado, fue cuando el destino se ensañó con él. La huerta empezó a menguar y pasaban días enteros en ayuno. Su esposa, quien había dejado el almacén años atrás, salió a fregar casas ajenas, pero lo que más le afligía a Ramón era ver cómo su hija trabajaba en los quehaceres domésticos todo el día, evocando recuerdos que lo atormentaban.
Una noche de insomnio, Ramón se replanteaba su vida y consideró la posibilidad de ir a Buenos Aires en busca de nuevas oportunidades para poder brindar sustento a su familia. Luego de una estresante decisión, preparó su bolso, besó a su hija, quien dormía plácidamente, y se dirigió a la estación de tren.
Mientras caminaba la duda se intensificaba y una multitud de recuerdos lo invadía, sumiéndolo en la angustia. Tan absorto estaba en sus pensamientos que no notó la inusual cantidad de personas en la estación a esa hora. Súbitamente apareció un perfume, la fragancia de la inocencia, era el aroma de su hija. Miró a su alrededor en busca de ella, pero no la encontró. Se dio cuenta de que el olor provenía de sus propios pensamientos, y junto con el perfume, se formó la tierna imagen de su rostro. Sin embargo, notó que estaba húmedo y sus ojos reflejaban un profundo dolor. Vio el rostro del abandono, una dolencia que le resultaba conocida. En ese instante, no vaciló más. La incertidumbre tormentosa se evaporó por completo. No seguiría el mismo camino que su padre había tomado con él. No repetiría la misma historia.
Ramón regresó a su hogar y despertó a su esposa y a su hija, preparándoles un desayuno abundante. La esposa se sorprendió por el derroche de dinero que eso implicaba, pero Ramón le pidió dulcemente que no hiciera preguntas y simplemente disfrutara. Habría tiempo para hablar más tarde. Disfrutaron de un desayuno como no lo habían hecho en años, y la felicidad llenaba el ambiente.
Al terminar la faena, Ramón se lavó las manos y tomó su bolso una vez más. Con la mano temblorosa, giró el picaporte de la puerta y se volvió para mirar a su familia por última vez. Los cuerpos de su esposa y su hija yacían inmóviles en la mesa, con sus rostros sumergidos en un tazón de cereal ensangrentado.
Una lágrima de furia y dolor cayó de su ojo derecho mientras partía hacia la estación, convencido de que había cambiado el curso de la historia.

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