Ángel

–Hola Ricardo –dijo una voz en su mente mientras lavaba los platos. Quedó paralizado con sus manos llenas de detergente. Miró hacia su espalda, aun sabiendo que esas palabras salieron de su cabeza y confirmó que estaba completamente solo. –Tranquilo, soy tu ángel de la guarda –prosiguió la voz. El plato de porcelana que sostenía se deslizó de sus dedos temblorosos y quedó destrozado en el piso. Corrió al baño y se mojó la cara con furia, con la esperanza de que solo sea una pesadilla y poder despertar de aquella locura. –No tengas miedo, estoy para ayudarte –continuó la voz. Caminó por la casa jadeando angustia hasta caer rendido en el sillón. –Te necesito aquí conmigo –pronunció la voz con suavidad, y Ricardo lloró desconsoladamente sin saber por qué. –Ya no tienes nada más que hacer en ese mundo –sentenció inquebrantable en su cerebro. Ricardo la escuchó, le creyó y se mató. –Ahora trabajas para mí –le ordenó al recibirlo en el plano astral.

–Hola, soy tu ángel de la guarda–dijo Ricardo en la mente de Leonel.

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